Texto: Erick Huerta Velázquez

Hace casi un mes tuvimos la primera sesión del Diplomado de Promotores Técnicos en Telecomunicaciones y Radiodifusión. En este primer módulo, fui uno de los cinco talleristas que lo impartieron y entre los temas que estuvieron a mi cargo, fue el de la elección de tecnologías.
Este tema trata de practicar una serie de pasos que te permiten tomar decisiones sobre la solución tecnológica más adecuada a una necesidad, una población y un contexto, tomando como filtro los tres elementos que acabo de mencionar. Esto es algo que muchas veces no sucede, pues normalmente adquirimos una tecnología solo porque está de moda. Creemos que nos va a servir y al final resulta imposible de operar en las condiciones en que vivimos y nos acaba metiendo en embrollos que nos hacen abandonarla y quedar peor que como estábamos antes.
Aunque he impartido varias veces capacitaciones y dictado conferencias en este tema de elección de tecnologías y en todas he aprendido algo, esta vez mi visión cambió radicalmente después del evento.
Hay dos experiencias principales que invariablemente vienen a mi mente cuando imparto o facilito alguna capacitación sobre la elección de tecnologías. La primera tiene que ver con una asamblea de una comunidad pequeñita de Oaxaca a la que asistí durante mi servicio social en Santa Catarina Juquila y la otra es la lectura de un texto de Mallalieu & Rocke, que se titula: Seleccionando Soluciones TIC para la Intervención Pro-Pobre.
La asamblea a la que me refiero tuvo lugar en una pequeña y linda comunidad a la que llegué después de viajar seis horas por terracería y caminar unas cuatro más. Era noche y bajo un pequeño tejabán, unas veinte personas entre hombres y mujeres esperaban nuestra llegada para iniciar. Nos iban a presentar para ver si había algo en que pudiéramos apoyar, y otro de los puntos que tratarían era discutir si solicitaban o no la energía eléctrica.
Cuando escuché que este era un punto, me resultó muy extraño. Iluminados con velas y una que otra linterna me parecía evidente que se necesitaba electricidad, no entendía por qué la discusión, pero cuando ésta se dio, me di cuenta de que tenía mucho sentido. La gente comenzó a decir que en el pueblo de al lado habían pedido la luz y que ahora se la pasaban viendo tele y además no tenían con qué pagarla. Luego se preguntaron que para qué querían la luz, y las mujeres dijeron que se pasaban mucho tiempo moliendo el maíz con molino de mano y sin duda necesitaban tener un molino eléctrico. Después, al surgir esta respuesta, la discusión cambió, de si se necesitaba energía eléctrica a saber si se compraba un molino eléctrico o uno de gasolina. Al final acordaron comprar un molino de gasolina.
La lectura de Mallalieu & Rocke me ayudó a definir los pasos del proceso que muchos años antes había vivido en esa asamblea: primero, identificar los modos de vida y las aspiraciones de desarrollo, luego las habilidades de la gente y por último, el contexto geográfico, de modo que cada uno de estos aspectos fuera cerniendo los diferentes tipos de tecnologías existentes para llegar a la más adecuada. A esta metodología se le conoce como el modelo de percoladora.
Para explicarlo pondré un ejemplo. Digamos que una comunidad necesita tener información diaria durante las mañanas sobre el precio del café para evitar sufrir abusos del coyote (revendedores que compran el café a las comunidades). Este ya es un primer filtro: necesitamos una tecnología que pueda brindar esta información en tiempo. Podría ser un centro de acceso a internet, un servicio de SMS, una radio o televisora cuyo noticiario brinde esta información. Pero sucede que en la comunidad no hay radio, tampoco internet, la gente no sabe usar computadoras, pero sí tiene celular con servicios de 2ª generación (voz y SMS), ahí tenemos el otro filtro. Lo siguiente sería verificar la geografía del sitio, la cobertura que tiene el celular y sus posibilidades de alcanzar a toda la población. Supongamos que esto es afirmativo, ahora ya tenemos la tecnología que necesitamos, el celular, la inversión será mínima y el servicio será sostenible.

Así de fácil y así lo compartí en el Diplomado. Sin embargo, después de mí seguía Jaime Martínez Luna, que hablaría sobre la comunicación comunal y que, como muchas veces hace, es capaz de darle la vuelta a aquello que consideramos verdades y mostrarnos su ineficacia para abordar los problemas desde la visión de los pueblos. He de confesar que esperaba con ansia y con temor su participación, esto último porque sabía que me recordaría lo poco que sé y lo mucho que tengo que aprender del pensamiento indígena.
Y así fue. Jaime despedazó la teoría que yo daba por válida y la reconstruyó desde otra perspectiva. Nos dijo que esa metodología está basada en la visión occidental: pienso, luego, existo y nosotros -dijo Jaime- primero somos y no somos solos. Somos con la tierra que pisamos, el cielo, los árboles, nuestro territorio; luego, trabajamos, hacemos con los otros, con nuestras manos en nuestro tequio y celebramos, cantamos, pensamos también, diría yo.
La perspectiva se invierte. Me quedé pensando un rato en cómo habría que plantear el ejercicio ahora y la oportunidad de aplicar lo aprendido me vino semanas después en un taller para una comunidad de Michoacán, que justo querían identificar proyectos de comunicación que pudieran apoyar a su comunidad. Esta vez comenzamos por el territorio. Dibujamos un mapa en el que aparecía no solo el lugar, sino todos los procesos de vida que se daban en éste: las historias, los seres que lo poblaban, los modos y medios con que se comunicaban, los espacios donde la gente se reúne. Entonces, fue muy fácil ver con claridad lo que querían, lo que de verdad necesitaban.
La primera sorpresa fue apreciar que aquella comunidad que se sentía realmente aislada del mundo, en realidad estaba bastante comunicada. Tenían cobertura de una radio, un sistema de bocinas, Internet, malo y caro, pero les permitía usar el Whatsapp y hasta una torre que podría usarse para cualquier medio de comunicación que se quisiera instalar.
La segunda fue ver que el primer proyecto de comunicación que se identificó en el taller, nunca nos lo hubiéramos imaginado. Consistía en organizar una limpieza y recuperación de todas las canchas deportivas de la comunidad para favorecer la vinculación entre jóvenes y adultos, ya que los jóvenes no participaban en la asamblea y los adultos tampoco en la limpieza y mantenimiento de las canchas y. si hacían esto juntos, se nutriría la cooperación y la corresponsabilidad en la comunidad.
Lo demás no nos sorprendió tanto pero nos alegró mucho, pintarían murales en las escuelas con el mapa que habían elaborado sobre su comunidad para que los niños conocieran y apreciaran más su territorio, armarían una radiobocina con la que narrarían los partidos y tendrían un programa los días de mercado, y por último, querían telefonía celular autónoma. Puede ser que este lugar sea el primer sitio de Michoacán en contar con este sistema.

La nueva propuesta de elección de tecnología, que de acuerdo con Jaime Luna, parte del territorio, el trabajo y la fiesta, probó su eficacia. Aborda de mucho mejor manera la elección de tecnologías y abre infinidad de posibilidades a la atención de aspiraciones y deseos de la comunidad a través de proyectos de comunicación. Pero no lo hace desde una idea de desarrollo, sino que hace surgir esta idea de la existencia ancestral en un territorio y la necesidad de seguir gozando de la vida en éste.