Texto y fotos: Centro Comunitario U Kúuchil K Ch’i’ibalo’on1

A veces se camina por la vida con la mirada perdida, pero si tomamos una pausa y miramos desde dentro de nuestro ser, podemos observar las luces que provienen de nuestro pueblo, de nuestras raíces, aquellas que están presentes a pesar la violenta guerra existente desde hace más de 500 años.
Nos tocó nacer en este tiempo en el que nos sentimos en el medio, en ese punto en el que a muchas personas se nos ha arrancado la lengua materna. Quienes nacimos en la década de los ochenta, la única salida que tuvimos para no ser demolidos por el racismo y el empobrecimiento fue el dirigirnos hacia el modelo de éxito impuesto a través de la escuela y migrar a las urbes.
Nacimos en el pueblo de Noj Kaj Santa Cruz Xbáalam Naj2, con una historia de lucha y sabiduría profundas que desde nuestra infancia se asomaban por todas partes. Mucho nos fue anulado y desvalorizado por los medios de información y las instituciones en las que se utiliza nuestra identidad maya para folclorizar nuestra forma de vida. Aun así, resonaron con más fuerza las voces de nuestras abuelas y abuelos que nos llamaban para regresar a nuestras raíces. Y regresamos.
Esta historia se repite en muchas personas que también han vuelto a su pueblo, a su territorio, a su origen. Porque al regresar se ha mantenido nuestro fuego interno, nos ha dado respuestas sobre la belleza de la vida y una lectura distinta del por qué vivir, siendo la vida misma del territorio la que nos envuelve, la que nos sostiene y nos da esperanza. Nos da calor frente a la frialdad de un sistema voraz que sigue amenazando con borrar nuestra memoria.

Si hay algo que ha mantenido el vínculo con la vida y con el territorio ha sido la relación de nuestras abuelas con las plantas para sanarse. En el solar maya, en los caminos de la comunidad, en el monte, las plantas permiten que la vida pueda vivirse en plenitud, bajo una concepción distinta de lo que nos enseñan en la escuela sobre la salud. Nuestra cercanía con la tierra, con las energías que existen y la relación con gratitud hacia las plantas, nos ayudan a mantener nuestro espíritu, nuestro cuerpo y nuestro corazón en armonía.
En todas las familias mayas aún se guarda mucho de los saberes ancestrales. Incluso en una comunidad que crece tan rápido como la nuestra, con proyectos desarrollistas que son una amenaza para la red de vida que tejemos y cuyo objetivo, como dice el discurso del Estado, es cambiar el rostro del territorio, asemejándolo a los lugares turísticos como Playa del Carmen y Cancún, en donde la violencia, la discriminación y los males sociales son evidentes.
Aun así, continuamos como el jaguar, resguardando en las casas y en las comunidades nuestra esencia como pueblo. Ahí donde laten las milpas como el corazón del territorio, conservamos los rezos, la memoria y la espiritualidad vinculada a la lucha de nuestros abuelos iniciada en la guerra de 18473, cuyo resultado fue la vida digna de los mayas masewales por más de 80 años en autonomía.
En esta resistencia ante el embate colonizador de los saberes ancestrales, en el Centro Comunitario U Kúuchil Ch’i’ibalo’on decidimos, desde hace más de 10 años, valorar y fortalecer la sabiduría de las abuelas. Tejer el vínculo de los niños, las niñas y las juventudes con las plantas medicinales ahí donde se ha perdido.

Decidimos participar en la convocatoria del Programa de apoyo y acompañamiento a proyectos comunitarios de investigación aplicada en comunidades indígenas de México 2020-2021 del Centro de Investigación en Tecnologías y Saberes Comunitarios (CITSAC) y otras organizaciones, para fortalecer nuestro jardín medicinal y las prácticas comunitarias que en él desarrollamos. Lo hicimos con la seguridad de que, quienes formamos parte del centro comunitario, saldríamos de este proceso con mucha más fortaleza, inspiración y entusiasmo para seguir caminando entre las plantas medicinales mayas.
Es importante para nosotras y nosotros agradecer cuando se inician nuevos procesos, ofrendando, intencionando por el caminar, así es como nos enseñaron nuestras abuelas. Cuando comenzó este acompañamiento con el CITSAC, ofrendamos y pedimos por este trabajo a los yuumtsilo’ob, a las energías del monte, a nuestras ancestras y ancestros por permitirnos ser sostenidos y sostenidas y poder encontrarnos con quienes cuidan la vida de los pueblos, quienes resguardan la sabiduría ancestral. Ofrendar y pedir es parte de nuestra conciencia colectiva, de nuestro camino y compromiso.
Cada vez que tenemos compartencias con abuelos y abuelas –tsikbalo’ob como le llamamos en lengua maya- con señoras y señores de la comunidad, la alegría es muy grande. Reafirmamos que los saberes están vivos y que ellas y ellos son guardianes de esa sabiduría.
Al recorrer con don Aniceto los senderos en la selva y los rincones del centro comunitario, el solar de doña Paz, el de Irene y el de otras compañeras, nos acercamos a las sutilezas de la vida, en armonía, con la sencillez de la ruralidad cercana a la tierra. El caminar juntas y juntos, caminar la tierra y caminar el tiempo, nos permite la lectura de los mensajes que nos orientan, que nos previenen en nuestros próximos pasos.
Toda esta experiencia vivida en comunidad, es la salud misma. El encuentro y cuidado mutuo. Muchas cosas brotan al estar juntos y juntas, y entendemos que los saberes son vastos y que es necesario continuar deconstruyendo, despertando, germinando como semillas de la tierra.

En el centro comunitario la preparación de tinturas y microdosis compartiendo su proceso de preparación ha sido de mucho interés para las personas, desde su preparación hasta su empleo. Acerca a la gente a recuperar la fe y confianza en que en el territorio está la salud, borrando esa idea impuesta de que la salud está desarraigada de la tierra, lo que ha facilitado que el territorio sea visto ajeno y por lo tanto se olvida la importancia de cuidarlo y protegerlo.
El Centro Comunitario U kúuchil K Ch’i’ibaalo’on ha tenido ya un camino largo en el que la salud de la comunidad ha sido el corazón de nuestras actividades. Con este compromiso, los abuelos y las abuelas de la localidad, las mujeres que día a día cuidan los hogares, los hombres que caminan en el monte, han compartido sus saberes en este espacio con la niñez, las juventudes y personas adultas. El tsikbal en nuestras comunidades es una forma importante de compartir apaciblemente, distinta a la rapidez y a los otros intereses impuestos desde afuera que alejan a las personas del ritmo de la vida vinculada a la naturaleza. Es pues una forma de resistencia que se mantiene donde a la palabra de los abuelos se le abraza.
De estas experiencias con los abuelos y las abuelas, de documentar, escribir y fotografiar, se diseñó un material que está al alcance de la gente para poder acercarse a las plantas, prevenir enfermedades y recuperar la salud. Es el Catálogo comunitario de plantas medicinales #1 Le xíiwow ku kanáant ko’on4. La realización de este catálogo es una forma de contribuir a la salud comunitaria.
Los constantes cambios que atravesamos hacen urgente buscar formas de compartir los saberes utilizando los medios que estén a nuestro alcance como los medios audiovisuales, y los medios de comunicación por internet. Es por eso que la realización de cápsulas sobre plantas medicinales las consideramos útiles para ayudar a que más personas conozcan formas para conservar la salud. Sobre todo en un país como el nuestro en el que los servicios de salud que sustituyeron a la organización de salud comunitaria, han puesto a las personas en una constante situación de vulnerabilidad y más en estos tiempos en el que la pandemia del Covid-19 ha aislado a las personas, provocando consecuencias negativas en su estado anímico y con ello más propensión a la enfermedad. Las cuatro cápsulas que realizamos son sobre frutos que están al alcance de las personas: clavo de olor, pitaya, rábano y chayote.
Si bien los resultados o productos de este proyecto son importantes, sabemos que todo proceso intencionado de manera comunitaria siempre nos deja más aprendizajes y regalos que nos brindan nuestras ancestras y ancestros. Ha sido pues esta experiencia con el CITSAC, de profunda compartencia de saberes, de vínculos con otras organizaciones y colectivos y de auténtica construcción comunitaria. El servicio a la comunidad y los procesos urgentes para poder lograr una vida digna, son grandes y complejos; sin embargo, cada una de nuestras acciones y cada intención nunca dejarán de ser necesarias e importantes. Es así como nuestro hacer, por pequeño que sea, en conjunto con los otros pequeños haceres en muchas partes del territorio se convierten en grandes fuegos por todas partes. Fuegos que arden y no cesan.

- Escrito en maaya t’aan (maya yucateco) que significa: el lugar de nuestros ancestros y ancestras.
- Conocido hoy como Felipe Carrillo Puerto, Quintana Roo.
- Levantamiento social maya por la defensa de sus autonomías conocida como Guerra de Castas.
- Escrito en lengua maaya t’aan (maya yucateco) que significa: las plantas que nos cuidan.